José Inocente Osorio Rovero

El padre de mi mamá, fue el único abuelo a quien no conocí. Nació en Maracaibo el día 28 de Diciembre de 1889, día de los Santos Inocentes, de ahí su nombre, y mi bisabuelo como era muy devoto de San José, como a todos sus hijos varones le antepuso el nombre José, pero todos le decían Inocente y mi abuela Letty simplemente “Ino”.

 


Inocente joven, era muy alto para su tiempo. 1,85 mts.

Como verán mi apostura innata me viene de mis dos abuelos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era el mayor de ocho hermanos, cuando era muy joven su mamá lo inscribió en el Seminario donde estudió varios años, aprendió latín y luego se retiró por sentir que no tenía vocación de sacerdote. Mi mamá decía que también estudió piano, pero solo para complacer a su papá y una vez que obtuvo su diploma de profesor no lo tocó más nunca.

En 1913 se graduó de abogado en la Universidad de Mérida y pronunció el discurso de su promoción del cual tengo una copia. Todos sus hermanos varones se graduaron en la Universidad, en una época en que muy pocos venezolanos podían tener estudios superiores. En Venezuela solo habían dos universidades, la de Caracas y la de Mérida (la de Maracaibo se cerró de 1904 a 1946) y los graduados eran solo unas pocas decenas por universidad. Perteneció a una Logia Masónica.

En 1919 contrajo matrimonio con Leticia Menda Carrero, de cuya unión nacerían cuatro hijos, Elvira, mi mamá , nacida en Maracaibo el 9 de Noviembre de 1920. Manuel nacido en Maracaibo el 11 de Febrero de 1922, que se casó con la Nena Crassus, hermana de mi tío Víctor Crassus, que menciono en la parte de mi abuela Josefa. Luisa, también nacida en Maracaibo, el 11 de Octubre de 1924, que se casó con José Rafael Berti, hermano de mi tío Arturo Luís, al que también mencionaré luego. E Isabel, que nació en Caracas el 19 de Noviembre de 1926, que se casaría con un noble español, Antonio Campos Santana.

Abro paréntesis: La madre de este tío, era María Luisa Santana Llamozas, de una muy buena familia de Caracas, y estando ella en España conoció a Antonio de Campos, Marqués de Iznate, y se casaron, el título nobiliario pasó luego a su hijo, el esposo de mi tía Isabel, y al morir este, fue heredado por mi primo hermano Antonio (Toni). A su vez, un hermano de María Luisa, Roberto Santana Llamozas, se casó con Belén Gómez Núñez, hija reconocida del Presidente Juan Vicente Gómez. Y cierro paréntesis.

Volvemos al abuelo, él fumaba mucho y debido a eso contrajo un enfisema pulmonar que sería la causa de su muerte prematura y aun muriendo relativamente joven se distinguió mucho en su carrera, en un principio ejerció como abogado en Caracas, luego fue nombrado juez en  tribunales de la capital y desempeño varios puestos públicos importantes, fue diplomático, diputado por el Zulia, ministro de sanidad ad ínterin y magistrado de la Corte Suprema de Justicia.

En Junio de 1935 mis abuelos y mi mamá salieron de viaje a Europa, un verdadero lujo para la época, no pudieron visitar España por la situación política que allí imperaba y que un año más tarde desembocaría en una guerra civil. Estuvieron en  Marsella, Paris y Vichí, donde mi abuelo tomó los baños termales para sus males respiratorios. En Italia fueron a Venecia, Florencia, Roma y Nápoles adonde visitaron a los Cupello Menda, y allí se vieron mis padres por primera vez.

 


Mi abuelo Inocente, mi abuela Leticia y su hija Elvira (mi mamá, de 14 años) en Vichí, 1935.

El 17 de Diciembre de 1935 muere el General Gómez y a principios de 1936 el nuevo gobierno de López Contreras nombró al abuelo Diputado por El Zulia y junto con otros congresistas de ese estado firmó una solicitud al ejecutivo para la reapertura de la Universidad del Zulia, iniciándose así un proceso que tomaría otros diez años para que esa casa de estudios volviera a funcionar.

Unos meses más tarde fue designado como Magistrado de la «Corte Federal y de Casación» (el ahora Tribunal Supremo de Justicia). A fines de ese mismo año de 1936  los partidos de la izquierda comenzaron a fomentar desordenes en todo el país. En el estado Zulia comenzó una huelga petrolera que se prolongó por 37 días y el gobierno se vio obligado a tomar medidas represivas, fue así como el Gobernador del Distrito Federal Albano Mibelli prohibió el permiso de funcionamiento a varios partidos de la izquierda, entre ellos se encontraba el ORVE, del cual Rómulo Betancourt era el Secretario General. Estos partidos apelaron a la Corte Federal y de Casación que finalmente confirmó la decisión de Mibelli, pero con el voto salvado del Magistrado Inocente Osorio. En la época esto fue muy comentado y se tomó como un acto de gran valor por parte de mi abuelo, al oponerse al cierre de partidos políticos.

En Julio de 1937, cuando su enfisema estaba ya bastante  avanzado, llega a Paris, adonde el gobierno le dio un nombramiento diplomático, con el fin de que tuviera la oportunidad de tratar su enfermedad con un buen especialista. En ese momento en Francia era donde se encontraba la mejor medicina del mundo, mi papá me dijo que cuando él estudió medicina, en los años 40, todavía la mayor parte de los textos sobre la materia eran en francés.

 


1937, Isabel, Luisa y mi mamá en la Catedral de Notre Dame, en Paris, en la época en que su padre era el Primer Secretario en la Embajada de Venezuela. La familia vivía en la Rue Anatole de la Forge (un político francés, héroe durante la guerra franco prusiana de 1870) Nro. 10, piso 2, muy cerca del Arco del Triunfo. Edith Piaf, ya muy  famosa, vivió en esa calle entre 1939 y 1940.
Las niñas estudiaban en un colegio de monjas, muy afamado, «L’ Ecole du Sacré Coeur», allí mi mamá aprendió a hablar el francés. En Junio de 1938, poco después de que la familia regresara a Venezuela, Francia y Alemania estuvieron a punto de entrar en guerra, pero las conversaciones de Paz en Múnich demoraron el conflicto por un año más.

 

Luego de nueve meses regresó a Venezuela muy enfermo y murió el 8 de Agosto de 1938, a los 48 años de edad  a causa de su enfermedad pulmonar, dejando cuatro huérfanos, la mayor, mi mamá, de 17 años. Mi abuela Letty vistió luto por él por todo el resto de su vida.

En 1984 conocí a Ramón J. Velásquez, muchos años antes de que fuera Presidente de la República, me lo presentó un tío de Diana, Felipe Iriarte, que había estudiado con él en San Cristóbal. Conocía a los Cupello y era muy amigo de mi tía Myriam, pero cuando supo que mi otro apellido era Osorio se interesó, me dijo que cuando él era estudiante de derecho había sido pasante de mi abuelo Inocente, que era juez en Caracas. Sabía que él había salvado su voto en el caso de Betancourt. Calificó al abuelo como “un gran hombre y un gran jurista”.

Un paréntesis: Recientemente me enteré de que mi hermana Marisol tenia una especie de diario del abuelo Inocente, donde él había  apuntado los días y lugares de nacimiento de cada uno de sus hijos, mencionando detalles de sus bautizos y confirmaciones. Allí llevaba también las cuentas de sus gastos familiares. Pero  además ahí aparece  un escrito de mi mamá, de cuando ella era adolescente; donde presenta el tema de un aborto que había tenido su madre, la abuela Leticia; pero como buena lectora de novelas románticas y fantasiosas, ella expone el caso como si el niño hubiera nacido  y hubiera sido bautizado como «Ciriaco Simon»: Ciriaco en griego significa «perteneciente a Dios» y el nombre Simon es por Simon Bolivar, a quien ella siempre admiró, de hecho, las fechas de nacimiento y muerte de Ciriaco corresponden con las del Libertador. En ese escrito mamá expone el bautizo del bebé  como un acontecimiento especial, en una iglesia muy adornada con flores, y describe detalladamente el bonito vestido con encajes que llevaba. Continua el relato diciendo que unos meses mas tarde llevan al niño nuevamente a la iglesia para ser confirmado, pero lamentablemente ese día fue frio y lluvioso, por lo que Ciriaco (perteneciente a Dios) enfermó, y poco después  «subió a los cielos, entre los ángeles del Señor».

 

Dibujo de Ciriaco, hecho por mi mamá en el album de Inocente 

 

Volviendo al abuelo, me cuentan que él, como la mayoría de los Osorio, tenía mucho sentido del humor, un humor sencillo e ingenioso que hacía reír a su familia y amigos. Una anécdota de él que me hizo gracia fue que estando en Francia en una reunión diplomática en alguna embajada, los mesoneros repartían canapés y los invitados los tomaban con la mano y decían: “Mercí”. Cuando le tocó el turno a él, para lucirse delante de sus amigos invitados le dijo al mesonero: “Mer no, gracias”.

Termino esta parte de mi abuelo Inocente con un acontecimiento algo macabro, que mi mamá nos contó en los años sesenta, en secreto, porque mi abuela Letty no lo debía saber, pero ya lo puedo comentar en estos apuntes para la familia:

Muchos años después de la muerte de Inocente murió otro familiar y al estar totalmente ocupado el panteón de la familia Osorio en el Cementerio General del Sur, se decidió hacer más espacio en las fosas, descartando los ataúdes de los enterrados más antiguos y depositando los huesos ,  entre ellos los del abuelo, en pequeñas cajas, lo que es una práctica corriente en los cementerios. Se hizo un acto sencillo de inhumación y mi tía Isabel y su esposo Marcos Campos fueron a la ceremonia en representación de la familia. Cuando abrieron la urna en donde había sido enterrado el abuelo en lugar de un esqueleto encontraron que su cuerpo estaba totalmente preservado, mi tía le dijo a mi mamá que hasta le habían crecido las uñas y el pelo. Aun así su cadáver fue cortado en pedazos y colocado en una pequeña urna.

Gabriel García Márquez menciona un caso similar, en el prólogo de su libro “El amor y otros demonios», donde el cadáver de una mujer, muerta hacía muchos años, estaba intacto y con el pelo muy largo. Una posible explicación es que el abuelo, durante su enfermedad, haya consumido arsénico como remedio. Antes de la llegada de los antibióticos, que se comenzaron a usar en 1944, el arsénico, en dosis moderadas, era usado frecuentemente para combatir enfermedades infecciosas y como estimulante para la debilidad,  y este elemento preserva los cuerpos de los muertos.

Como un ejemplo, cuando fueron a buscar el cuerpo de Napoleón Bonaparte a la Isla de Santa Elena para enterrarlo en Francia, encontraron que el mismo estaba intacto después  de 19 años de su muerte. Esto hizo suponer que Napoleón había consumido o le habían suministrado altas dosis de arsénico, y los análisis de muestras de sus cabellos efectivamente lo confirmaron. Según algunos historiadores esto es una prueba de que fue envenenado en Santa Elena y según otros solo prueba que fue tratado de alguna enfermedad con este químico.

 

Leticia Menda de Osorio

Paso a hablar ahora de mi abuela materna. La abuela Letty nació el 8 de Septiembre 1899, en Mucuchachí, en Los Pueblos de Sur del Estado Mérida, allí su padre tenía una hacienda (tenía otra en Ejido) adonde se cultivaba café. La familia se mudó luego a la ciudad de Mérida, frente a la catedral y allí vivieron hasta 1908, año en que toda la familia se fue a Maracaibo. Mi abuela apuntó en un cuaderno sus recuerdos sobre este viaje, casi una odisea. Lamentablemente ese cuaderno está perdido, pero por suerte mi tía Miriam lo tuvo alguna vez y lo transcribió en su libro sobre Don Salvador. A mi vez yo lo transcribo aquí, ya que creo que es un testimonio de lo que eran la Venezuela y los Andes de principios del siglo XX y de cuan intrincados eran los caminos de la época, que debían hacerse a lomo de mulas o caballos. Llama también la atención algunas de las palabras y expresiones que se decían en esos tiempos, hoy desusadas:

Una mañana nos levantaron a las cuatro de la madrugada. En mi casa durmieron varias señoras amigas que nos acompañarían para despedirnos en algún lugar del camino. Sus esposos las vendrían a buscar con sus respectivas cabalgaduras. Había mucho frío y también a los niños nos sirvieron café antes del desayuno. Mientras tanto los peones ensillaban los caballos. Las señoras llevaban todas vestidos que llamaban “de amazonas”, los únicos con los que podían cabalgar, lo mismo que mi mama, mi abuela y mi hermana Josefa que creo ya iba a cumplir los 18 años.  Blas, el mayor nos esperaba en Maracaibo y mi hermano Rafael se quedaba en Mérida para terminar sus estudios de derecho.

Emprendimos el viaje mi papá, mi mamá, mi abuelita materna (porque la paterna estaba en Salerno y nunca la conocimos), mi tío Ramón, mis hermanos Américo de veinte años (que se había graduado hacia un año ya, de medico), mi hermana Josefa de 18 años, Pepe de 16, Ana Teresa de 12, María de 10, yo de nueve, Tulio de cuatro años y por ultimo Margot, de siete meses, que la llevaban en una cestica.

El equipaje iba en mulas, se componía de las ropas de vestir y lencería. Lo demás se había quedado en Mérida, repartido en la familia, por la dificultad del transporte. La vajilla que usábamos los domingos era de porcelana y tenía dibujados una corrida de toros, con toreros muy buenmozos, bellos caballos, toros, capas, muletas y las banderillas en brillantes colores. Salimos de Mérida ya desayunados. Llegamos a un lugar llamado Almorzadero, hasta allí nos acompañó la caravana de amigos. Las jornadas eran cortas por la lentitud con que íbamos, no se podía dejar atrás al que llevaba la cesta con la niña, además, el caballo en que veníamos mi hermano y yo lo traía también un hombre de diestro. La silla de montar en que íbamos tenía dos asientos, se la había prestado a mi papá uno de sus amigos. Mi hermana María, un año y cuatro meses mayor que yo montaba sola.

Veníamos muy elegantes, con sombreritos que nos resguardaban del sol y capitas de lana muy bonitas. Un alemán que nos encontramos sacó muchas fotografías, especialmente de mi hermana María, le parecía increíble que a su edad montara a caballo sola y cuando llegó a Alemania le envió los retratos. El primer lugar que recuerdo fue Apartaderos, allí nos quedamos a dormir, creo que tenían suficientes camas para la familia, porque en algunos de los lugares donde teníamos que quedarnos no habían cobijas ni sabanas para una familia tan numerosa. Los pequeños y las cargadoras dormíamos en petates.

Me vienen a la memoria otros nombres: San Rafael, Mucuchies, Timotes, donde nos quedamos. La montaña se veía amarilla por las flores de los frailejones. A los tres o cuatro días llegamos a Valera. El hotel era una maravilla al lado de las posadas en que habíamos tenido que dormir. Una señora muy fina, con una casa bella y grande nos invitó  a comer, se llamaba Doña Ada Rueda. Usaba batas de casa muy lujosas con colas de dos metros por lo menos. En el jardín en donde se sentaron a conversar extendió la cola en el césped para que nos sentáramos en ella los más pequeños.

Al día siguiente en Motatán, tomamos el ferrocarril que nos llevó a la Ceiba. Fue un trayecto de unas ocho horas. El tren se detenía a intervalos para dejar encargos en distintas casas y haciendas. De la Ceiba, en la tarde, nos embarcamos hacia a Maracaibo en el vapor “Mara”, uno de los que cubrían esa travesía. Me sorprendió la inmensidad del lago, yo me  había imaginado así la extensión del mar y creía que los lagos eran redondos y se podían abarcar a la vista. Mi impresión mayor fue cuando en la mesa de comer el camarero puso en los vasos unos trozos de cristal. Yo conocía la nieve natural, semi opaca, con cierto parecido a la harina brillante y la escarcha que en el camino pisaban las bestias y estaba sucia por la tierra. Nunca me imaginé que el hielo fuera tan bello y tan sonoro al entrechocarse con las paredes de los vasos.

Mi papá me explico que podía tomarme el agua, que el hielo no cortaba, y yo hubiera querido pasar toda la noche haciendo tintinear la copa. Esa agradable impresión perdura en mí todavía, parece que allí se hubiera condensado toda la parte agradable del viaje. Tuve también otra sorpresa grata: cuando desayunamos vi que no sufría ni rastros de una urticaria que yo padecía. En compañía de los que nos recibían abordo fuimos trasladados a la bella e inmensa casa que papá comprara en la Plaza Baralt. 

 

La abuela Letty contaba también que vio al cometa Halley el 18 de mayo de 1910, ella tenía 11 años y decía que era un espectáculo, que tenía una cola larguísima que destacaba mucho sobre el lago de Maracaibo. Se recordaba que mucha gente pensaba que venía el fin del mundo, porque el cometa que regresa cada 75 años, aquella vez iba a pasar muy cerca y se decía que si no colisionaba con la tierra los gases venenosos de la cola que tenían cianuro matarían a todos sus habitantes. Es cierto que en 1910 pasó muy cerca, en 1986 volvió a pasar y no fue visible a simple vista.

Con la excepción de mi abuela Josefa que estaba ya casada, todas las hermanas Menda estudiaron en una escuela de señoritas, muy exclusiva en Curazao de nombre “Welgelegen Habay”, adonde recibieron una educación muy amplia para las mujeres de la época  y aprendieron inglés y francés. Cuando mi abuela Letty tenía 17 años regresó a Venezuela y en Mérida conoció a Inocente Osorio que estudiaba derecho allá, parece que ella tenía otros dos pretendientes, pero que escogió a Inocente por ser el más buenmozo. En esa época las mujeres tanto en Venezuela, como en el mundo occidental estaban totalmente relegadas a un segundo plano, su vida no pasaba del hogar, se casaban sin conocer realmente a su esposo y en este aspecto se sometían al criterio de los padres. Dice mi tía Luisa que la única condición que puso mi abuela para hacerse novia de Inocente fue que abandonara la masonería, a lo que él accedió finalmente y como prueba de su reconversión a la fe católica llevó una enorme cruz de palma en una procesión.

La gripe española, fue una epidemia que dejó millones de muertos en todo el mundo. En Venezuela este brote cobró 25.000 vidas y entró al país a  finales de 1918 debido a un pasajero que ingresó por el puerto de La Guaira. El 22 de Octubre de ese año la epidemia llegó a Maracaibo, los maracuchos la llamaron “el trancazo”, y puso a la ciudad en estado de sitio, se piensa que solo allí  hubo más de 800 muertos, demasiado para una pequeña ciudad. Mi abuela Leticia de 19 años de edad  fue una de las víctimas, estuvo muy grave pero finalmente se recuperó y poco tiempo después se casó. En la foto de su matrimonio, aparece aun con el pelo corto, ya que se usaba cortar el pelo a las mujeres que contraían este tipo de  enfermedades.

 

Foto del matrimonio de Inocente y Leticia Osorio en el año de 1919, pero dedicada a la familia Fernández en 1922.

 

Como se mencionó antes, el padre de mis dos abuelas era una persona muy rica y me imagino que tenía la intención de dar a cada una de sus hijas en su matrimonio una dote similar a la que diera a su hija mayor, pero cuando mi abuela Letty tenía 18 años su padre murió, coincidiendo con una fuerte caída en los precios del café; para contrarrestar esto, la familia hizo inversiones en otras áreas que no funcionaron. Varias veces mi abuela me enseñó una maleta verde donde tenía centenares de acciones de una Compañía de nombre “Motatán” y de otra compañía petrolera donde se había invertido mucho dinero. Decía que a lo mejor en el futuro valdrían mucho, pero ella murió de más de noventa años y nunca recibió un centavo proveniente de esas acciones, esos papeles habían sido su herencia, lo único que le quedo de la gran fortuna que había tenido su padre.

Después de su matrimonio Inocente y Leticia vivieron varios años en las casas que Manuel María Osorio, el padre de Inocente, tenía en Maracaibo y Caracas En la foto que incluí en la parte del bisabuelo Osorio, el mismo escribió que en su casa del Milagro, en Maracaibo, empezó a correr  la niñez de sus nietos Elvira, Manuel y Luisa. Pero cuando Isabel nació ya todos vivían en la casa del Bucare, en Caracas, una casa que mi mamá recordaba con mucho detalle y nostalgia y contaba que en uno de los patios de esa casa tenían varias burras. Isabel fue criada con leche de burra, porque la abuela no pudo amamantarla. Esto ya lo he oído antes en otros casos similares, increíble lo que era la medicina de entonces.

Doña Letty, como toda matrona de la época, durante los 19 años que duró su matrimonio se dedicó por entero a su familia, criando y educando a sus hijos, apoyando a su marido y cuidándolo durante los muchos años de su enfermedad. 

Cuando murió Inocente Doña Letty y sus hijos se fueron a vivir por un tiempo a los Teques, en una casa de estilo noruego que Inocente había mandado a construir como casa de campo, pero que nunca disfrutó, se llamaba “Casa de piedra” y estaba situada en la zona del Barbecho. Además Inocente le dejó otras dos casas, un terreno en El Paraíso, y un carro Buick de 1936. Alrededor de 1940 la abuela trabajó vendiendo propiedades en Caracas para ello contaba con la asesoría y asistencia legal de un amigo de su esposo, José Loreto Arismendi, abogado y político quien tuvo importantes cargos públicos. Con las ganancias de estas ventas pudo comprar otra casa en el Callejón Machado en El Paraíso, muy cerca de la quinta Josefa María, allí se casaron mis padres, en 1944.

 

Tarjeta de felicitación del entonces presidente de la Republica, Isaías Medina Angarita para la boda de mis padres. Celebrada a fines de Diciembre de 1944. Isaías Medina era amigo de la familia, le  ofreció la nacionalidad venezolana a mi abuelo cuando a este lo incluyeron en la “lista negra”. Y hablando de Medina, este presidente creó las cedulas de identidad, siendo la suya la numero 1 (la de mi papá era la 6.254).

 

Todas estas propiedades le fueron entregadas a sus hijos en el momento en que se casaron, por lo que además de perder su herencia paterna se deshizo también de la herencia de su marido y del producto de su trabajo, en favor de sus hijos.

Hablando de sus hijos, hago este comentario que destaca la rivalidad que siempre hay entre hermanos: Mi abuela Cupello se enorgullecía de haber casado a sus hijos muy bien, pero su hermana, mi abuela Letty, decía en broma que ella la había igualado ya que su hija Luisa se casó con un Berti; al igual que mi tía Olga Cupello se casó con un Berti. Su hijo Manuel se casó con una Crassus;  así como mi tía Josefa Cupello se casó con un Crassus. Mi mamá Elvira se casó un Cupello; así como mi papá, Enrique, con una Osorio. Y que mi tía Alicia Italia Cupello se casó con un noble  europeo, un Barón; como su hija menor, Isabel, se casó con otro noble europeo, pero un Marques, que es aún más noble, así que al final ella la había superado. 

En su madurez Doña Letty solo trabajó para obras sociales, no tenía sueldo, no tenía otros ingresos aparte de una pequeña pensión del gobierno y no le quedó más remedio que vivir con alguno de sus hijos. Debo decir que esto era normal, antes las familias eran muy unidas, los parientes más privilegiados ayudaban a los necesitados y era natural ver uno o varios parientes cercanos “arrimados” a una familia. Mi abuela Letty vivió alternativamente con todos sus hijos, con mi tía Isabel en Caracas y España, con mi tía Luisa en las Islas Canarias y durante muchos años en la casa de mis padres. Así que desde mis primeros recuerdos infantiles hasta su muerte siempre estuvo muy  presente en esa etapa de mi vida.

Mi mamá decía que mi abuela se metía en todo, y era cierto, era una mujer muy activa hasta que llego a los noventa años y quería participar en todo lo que la rodeaba y siendo su entorno familiar el mismo nuestro, en algunas ocasiones resultaba fastidiosa y “metiche” y a veces le reclamábamos su injerencia en nuestros asuntos y sobre todo sus comentarios sarcásticos al respecto.

Pero por encima de todo Doña Letty era una mujer inteligente e instruida, tengo un cuaderno adonde ella apuntó “Para sus hijos nietos y biznietos” poesías propias y ajenas. Fue también una mujer de gran generosidad, dedicó gran parte de su vida a las obras sociales, sin haber aceptado nunca alguna remuneración. Figuró en las Juntas Directivas de Instituciones importantes como Charitas de Caracas, La Acción Católica, La Casacuna Blanca Baldo y muchas otras más. Fue condecorada en dos oportunidades por el Vaticano con las condecoraciones de “León XIII” y “Pro Ecclesia Pontífice”, por el gobierno de Venezuela con la Orden al Mérito al trabajo y por el Concejo Municipal de Petare Como ciudadano del año 1985, por su labor social en ese municipio

Quiero contar aquí algo que me paso junto a ella y que refleja claramente su carácter. Tenía yo 17 años, era el sábado 29 de Julio de 1967, a las 8 pm estaba viendo televisión en nuestra casa, la Quinta Veracruz del Paraíso. Me recuerdo que era una reposición en video tape (en esa época no había satélites que transmitieran en directo los programas de TV) de una elección de Miss Universo en Miami Beach, donde una venezolana, Mariela Pérez Branger, había obtenido un segundo lugar. Mi mamá, que veía el programa conmigo decidió irse a bañar y dejó a mi hermana Marisol que entonces tenía un año y medio en su corral, exactamente atrás de la silla en que yo me sentaba.

De repente oí como un ruido continuo de truenos y todo empezó a temblar, era el famoso “terremoto del cúatricentenario”, mis instintos paternales surgieron al instante y lo primero que pensé fue en rescatar a Marisol que consideraba como una hija más que una hermana, le llevaba 15 años. Pero en la confusión, o quizá a causa de la distraccion de los Cupello, no ví que la niña estaba en su corral detrás de mí, y rápidamente fui a buscarla al cuarto de mi mamá, la puerta estaba cerrada por lo que corrí hacia la otra puerta del cuarto, que también encontré cerrada, di gritos a mi mamá que no me contestó, así que ante la imposibilidad de sacar a Marisol y viendo que las sacudidas eran cada vez más violentas, decidí salvarme y correr hacia la calle. Al llegar a la puerta vi a mi abuela Letty, de casi 70 años, a unos 20 metros de distancia, trastabillando y cargando a la niña como podía, valiente y lentamente la llevaba hacia afuera de la casa, recuerdo su expresión de angustia y sus ojos muy abiertos. Regresé hacia adentro, le quité a Marisol y por fin salimos corriendo hacia la calle, en el momento en que los vidrios de la puerta principal de la casa se rompían por las sacudidas. Siempre asocio este recuerdo con mi abuela, porque fue algo si se quiere, histórico, que vivimos juntos y ambos nos comportamos generosamente al anteponer la seguridad de Marisol a la nuestra.

Otra cosa que recuerdo de ella es que cada año, al llegar la navidad, mi abuela Letty  montaba el arbolito y el pesebre de la casa, este último era grande, como de unos cuatro metros de ancho por un metro y medio de profundidad y de altura; lo hacía al estilo de su tierra natal, Mérida, con montañas altas y muy verdes, muy diferentes a los «Montes de Judea», adonde está enclavado Belén, que son muy chatos y áridos; tomaba el papel marrón, usado para embalar y lo pintaba con una mezcla de pinturas verde y marrón, luego lo arrugaba para asemejar montañas y le agregaba mucho musgo. En el centro representaba una gruta grande adónde iban San José, la Virgen y el niño, a un lado había otra gruta, por donde emergía un rio, hecho con espejos y al otro lado, con arena de playa, representaba un desierto por dónde venían los reyes magos, en camino a Belén; además de las casitas, las figuritas de pastores y ovejas y un cielo azul oscuro con estrellas al fondo de todo. Mi abuela tiene mucho que ver con ese amor que siempre he sentido hacia la navidad.

A principios de los años noventa, comenzó a tener problemas serios con mi mamá, a causa de su mencionada injerencia en el manejo de la casa y especialmente a su mala relación con las mujeres de servicio. Para evitar mayores problemas ella misma decidió ingresar a una residencia para ancianos manejada por monjas, “La Mansión del Sagrado Corazón”, en La Castellana, donde estaban varias amigas de ella. Creo que sus últimos años de vida los pasó muy contenta, compartiendo con personas de su edad, conversaban, hacían juegos de mesa y hasta salían a pasear en el carro de una de las amigas ochentonas de la Mansión que aun manejaba, y que en la parte de atrás de su carro tenía una calcomanía que decía: “Bebés a bordo”. Mi abuela murió el 23 de Noviembre de 1996. Como siempre sucede cuando alguna persona cercana muere, me quedé con la sensación de no haberla sabido apreciar en lo que realmente valía y siento sinceramente no haber podido conversar más con ella y  expresarle más cariño.

 

Doña Letty con sus hijas: Isabel (la menor) a la izquierda, Luisa (la segunda) al centro y mamá (la mayor) a la derecha. La foto debe ser de 1927 o 28.




Inés Osorio Rovero

Esta misma sensación la siento aún más fuertemente en el caso de una tía, contemporánea de mis abuelos, Inés Osorio Rovero y digo “tía”, pero en realidad y aunque suene un poco a “cliché”, fue como una madre para mí. Mi mamá la menciona muy poco en sus recuerdos porque quería dejar sobre todo constancia de las vivencias de las generaciones más lejanas a ella. Pero se trata de una tía abuela mía y así yo justifico hablar de ella. Nació en Caracas y aunque siempre ocultó su verdadera edad, la información más confiable que tengo es que nació en 1898.

 

 
Tinés niña la foto es de 1901 o 1902.
 

Tinés, como todos le decíamos, sufrió mucho en su vida, de joven tuvo tifus, que era una enfermedad mortal en ese entonces. Sobrevivió, pero a costa de muchas penas. Luego se enamoró de un joven llamado Alberto Parra y ambos hicieron planes de boda, pero su padre se opuso al matrimonio y ella a pesar de sus sentimientos acató su decisión. Más tarde tuvo otro enamorado, pero estaba divorciado y en esa época esto excluía que ella pudiera casarse con él. Tengo una carta que ella me dio de este pretendiente donde después de muchos años todavía le pedía matrimonio. Hubiera podido haber sido una excelente esposa y madre, como lo demostró luego en mi caso, pero no fue así y pienso que para ella esto fue siempre una frustración.

Estuvo un tiempo en Paris, cuando vivió allí la familia de mi mamá y sorprendentemente hablaba bastante bien el inglés, a pesar de no haber estado nunca en ningún país de esa lengua.
La tía Inés, como todos los Osorio, tenía mucho sentido del humor, era muy alegre y se llevaba muy bien con todos sus parientes. Los Osorio tenían una especie de código verbal que venía de situaciones por las cuales había pasado la familia y ellos lo usaban cuando no querían que los demás entendieran lo que decían. Por ejemplo: “Los Finoles”: Muy reilones. “The servant hearing”: Te están oyendo. “El baile de las Socorro”: Una reunión donde hay poca gente. “Aminta”: Una persona que llega a todo muy temprano. “Tienes nueve”: Estas metiendo la pata. “Está pasando el autobús”: Ojala que esta visita se vaya pronto. “Felipe”: Un afeminado. “Media aldea”: Ordinario. “¿Tú me viste Gámez?”: Está diciendo mentiras. “El enfermito de la vista”: Hipocondríaco. “La vache qui rit” (la vaca que ríe, en francés): Esta contento. «Pepe te escribirá»: Algo que no va a suceder. “Ya pasó la bandeja”: No es el momento. “Bustamante”: Una persona que maneja muy mal. etc.

Hace poco supe que la persona que atropelló y mató a José Gregorio Hernández se llamaba Bustamante, imagino que de aquí habrán sacado lo del mal conductor. Por cierto, Tinés conoció a José Gregorio Hernández, lo llamaron una vez que un miembro de la familia enfermó, contaba que llegó muy serio con su maletín a la casa de su papá en el centro de Caracas, examinó y recetó al enfermo y cuando le preguntaron cuanto le debían el contesto: “Si puede, deme cinco Bolívares, si no los tiene no se preocupe”. 

Tinés era también una persona muy religiosa, iba todos los días a misa, en su cuarto tenía cuadros de San José, de Santa Lucia y una imagen de la Inmaculada Concepción. Al igual que su padre ella era también muy devota de San José y durante su vejez estuvo encargada de las festividades de este santo en la Iglesia de la Coromoto del Pinar, en El Paraíso.

Cuando yo tenía apenas cinco meses de nacido, mi papá tuvo un desprendimiento de retina, que para la apoca era algo muy grave ya que generalmente implicaba, como efectivamente sucedió, la perdida de la visión en el ojo afectado. Se decidió entonces que mis padres tenían que salir a Barcelona, España, para que papá se operara con el afamado oftalmólogo Barraquer. Se decidió también que mientras durara su estadía en España yo me quedaría en Caracas al cuidado de las tías solteronas de mi mamá, Inés y Adela Osorio. Ellas vivían junto con su hermano Martín, que era juez y también soltero, en la Quinta Elvira de la Urbanización Arvelo, cerca de la actual Avenida San Martín. En 1950 este era un bonito lugar donde vivir.

 

La Quinta Elvira, hecha en los treintas, influenciada por el estilo arquitectónico moderno de la “Bauhaus”, pero conservando aun la disposición de las viejas casas coloniales de Caracas: El frente de unos 10 metros de ancho, pero con una profundidad de unos 50 metros. Tenía un zaguán, dos salas, un comedor, un estudio, tres habitaciones, un baño, dos patios internos, cocina y pantry. El último patio era el del servicio, con un cuarto, un baño y un lavandero, allí se lavaba, se ponía la ropa a secar y estaban también las bombonas de gas.

 

Entrada a la Villa Arvelo en los años treinta.

 

La urbanización Arvelo era originalmente una casa de hacienda, como Altamira o El Paraíso, que con el crecimiento de la ciudad se fueron convirtiendo en zonas residenciales. Los Arvelo vendieron parte de sus terrenos y construyeron varias casas para la venta, entre ellas las de mis tíos, pero conservaron su propia casa, la “Villa Arvelo”,  al frente de la Quinta Elvira. Recuerdo haber ido varias veces, con mis tías, a visitar a esta familia en su mansión, muy grande y elegante y haber paseado por los enormes jardines llenos de arboles y con un estanque para patos. Lamentablemente los Arvelo vendieron esa bellísima casa, fue demolida y allí se levanta ahora un gran Centro Comercial, llamado  “Los Molinos”.

Estuve más de tres meses con ellos, allí aprendí a decir mis primeras palabras, le decía “mamá” a Adelita, “papá” a Martín y “Ené.” a la tía Inés. Allí aprendí también a caminar a los nueve meses, poco antes de que mi papa y mi mamá de vuelta de España me recogieran para llevarme a Maracaibo, donde mi familia vivía en ese entonces.

Mis tíos me adoraban, especialmente mi tía Inés que volcó todo sus instintos maternales hacia mí. Ese afecto se mantuvo todo el resto de su vida, yo era “su amor querido”. Durante muchos años yo iba, religiosamente, cada sábado en la mañana, a la casa de mis tíos y pasaba el dia allá,  ellos siempre me recibieron con mucho cariño. Tinés, que era la que cocinaba en esa casa me preparaba siempre lo que me gustaba y al final del almuerzo era obligatorio decir “Alabado sea Dios”, a lo que ellos respondían “Ahora y siempre”.

Menciono aquí algo que me vino a la memoria hace unos pocos días: Tenía yo unos seis o siete años y en uno de estos sábados, mi tío abuelo Martín (nacido a fines del siglo XIX) me estaba enseñando cómo funcionaba un trencito de cuerda que él me había regalado, después de mucho trabajo había logrado encajar en los rieles la locomotora y todos los vagones que estaban enganchados a ella, quise entonces darle al botón que ponía en marcha la locomotora y torpemente (típico) la empuje y se salió de los rieles arrastrando todos los vagones. El tío se puso furioso y me gritó: “Carímbola muchacho e porra!!!» En lugar de asustarme me dio un ataque de risa, nunca había oído algo así. Es increíble cómo pueden cambiar las expresiones en tan solo dos generaciones.

Acerca de Martín Osorio, lo recuerdo flaco, calvo y muy mayor. Pasaba horas sentado en su cuarto, en un sillón de cuero verde oyendo la música clásica de una emisora cultural llamada Radio Nacional de Venezuela en un radio de los años treinta, muy grande, de madera con la parte superior en forma de arco. Comento que este tío abuelo nunca se casó pero tuvo varios hijos reconocidos, con una mujer que vivía en El Calvario, cerca de El Silencio. Conocí a estos hijos en los funerales de mi tío que murió en 1966; uno de ellos, el mayor, también abogado, se parecía mucho a él. Martín tenía un chofer de apellido Mendoza, que luego de su muerte trabajo muchos años para mi papá.

Sobre «Adelita», la recuerdo chiquita, de pelo oscuro, muy alegre. Para entretenerme me hablaba usando solo la letra i como vocal. Me llamaba «mi imir» (mi amor) y decía mucho «qui mirtifiquicín» (que mortificación). Murió en 1973.

Vuelvo a la tia Inés. Cuando yo tenía 18 años me fui a Inglaterra a estudiar inglés y durante un tiempo yo salía con una muchacha italiana, un día recibí una carta de mi tía Inés donde me decía en inglés: I know that your girl friend has twisted eyes, I mean to say: “Es virenga”,  o bizca, en el argot de los Osorio, y era cierto, de repente metía un ojo. Como hizo para saberlo es algo que no me explico todavía, pero ella siempre estuvo muy conectada conmigo.

En sus últimos años llevo una vida muy pobre, solo tenía una pequeña pensión que le dio el gobierno por ser hermana soltera de Martín, pero siempre le alcanzo para vivir con dignidad y hasta para hacernos tortas y pequeños regalos en cada cumpleaños, navidad y santos. Tuvo la suerte de tener en esos años a María, sobrina de una señora de servicio que trabajaba para su hermana Justina. María había tenido una niña de nombre María Josefina, pero su pareja las había abandonado y mi tía Inés las recibió en su casa. Allí estuvieron las dos unos trece años, hasta que Tinés murió en 1984. Hasta el último momento María la cuidó con mucho cariño y devoción. Siento mucho que mi mamá y mi tía Luisa que heredaron la casa de la Urbanización Arvelo no hayan recompensado debidamente a María, en realidad se lo merecía.

No es que yo sea muy creyente, pero si en verdad existe otra vida después de esta y si es verdad que allí veremos a nuestros seres queridos que murieron antes, estoy seguro de que cuando me toque mi turno ella estará esperándome, para guiarme en ese trance.

 


Tinés
, de unos 20 años. El pelo corto es por haber sufrido el tifus


Tinés,  de casi 80 años conmigo y con Diana, cuando éramos  novios, en esos tiempos yo estaba “un poco robusto”. Tinés en un principio estaba muy celosa de Diana, porque pensaba que podía apartarme de ella (y le decia «la buñuelo», por el apellido Brugnoli), pero Diana se la supo ganar y de ahí en adelante siempre la quiso mucho.


 

La vache qui rit, (la vaca que ríe), marca de un famoso queso francés que los Osorio incluyeron en su argot familiar, durante su estadía en Paris.


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