Memorias de Elvira Osorio de Cupello
Después de haber vivido sesenta y siete años, mi existencia ha sido bastante monótona y sin relieve: no tiene nada de especial. Me he realizado, he tenido hijos, grandes alegrías y tristezas.
He cometido muchos errores y en la rutina actual, he estado recordando personas que se han ido y otras que están he evocado hechos familiares que tal vez a nadie interesen, pero que han sido parte de mí, de mi formación y que ahora, llenos de nostalgia o de asombro regresan a mi mente.
Trataré de ordenarlos para mí, apelando al orden alfabético para obligarme a recordarlos. Si llego a hacerlo, volveré al pasado y encontraré algo ya olvidado que seguramente, me llevará a otros tiempos. Probablemente tendré el impulso de romper lo ya escrito y olvidar este momento de regreso que he tenido. Pero si me decido a hacerla, como lo hago para mí, mi relato tendrá el valor de la sinceridad y estará desprovisto de ropajes falsos, de esos que se ponen para desfilar ante los demás.
Por mi memoria pasan tantos nombres de personas que conocí y se fueron y de los que aún viven, hechos familiares que me han sido relatados por mis parientes, en fin, toda una gama de acontecimientos e imágenes que al pasarlos al papel, llenarán muchas horas vacías y me harán volver, a veces al principio y otras al final de esa frontera del interrogante.
No pretendo escribir mis memorias pues no tengo material para eso, solo deseo encontrarme conmigo y quizás sufrir, porque aunque dicen que recordar es vivir, yo sostengo que recordar es morir.
Nací el nueve de noviembre de mil novecientos veinte, en Maracaibo en el bello sitio del Milagro, en el hato La Pastora, propiedad de mi abuelo M.M. Osorio donde vivían mis padres, Inocente Osorio Rovero y Leticia Menda Carrero de los que estoy orgullosa de ser hija.
Mi padre murió en Caracas a los cuarenta y siete años de edad dejándonos su recuerdo, su buen ejemplo y el dolor, nunca apagado, de su desaparición.
Inocente Osorio, cerca de las 40 años Magistrado de la Alta Corte Federal y de Casación (Corte Suprema de Justicia), Representante del Zulia ante El Ejecutivo (Senador), en 1.933 fue enviado a Paris por el gobierno como Primer Secretario de la Embajada de Venezuela para que se curara de su enfisema pulmonar, enfermedad de la cual murió en 1.937 .
Elvira Inocente y Leticia en Vichy, 1937. Donde Inocente hizo un tratamiento para su enfermedad, en sus aguas termales
Mi madre está con nosotros, lúcida, llena de vida, metiéndose en todo, refugiada en Dios, ayudando a los demás y sufriendo la pena inmensa de haber perdido dos de sus hijos, los más queridos: Manuel e Isabel.
Leticia Menda de Osorio, más o menos en la edad en la que se refieren a ella en estos recuerdos. Crió a sus cuatro hijos y cuidó a su marido abnegadamente durante toda su enfermedad. Después dedicó la mayor parte de su vida a las obras sociales católicas, por lo que fue condecorada dos veces por el Vaticano.
Mis hermanos: Manuel, fallecido hace cinco meses, casado dos veces, con Corina Crassus y con Luchita, nuestra querida Luchita. Manuel ha dejado un gran vacío entre nosotros. Luisa: casada hace cuarenta y dos años con José Rafael Berti (mi querido cuñado Don Tetel). Isabel: murió hace nueve años. Se casó tres veces: la primera con Marco Antonio de Campos, la segunda con mi primo Eduardo Menda y la tercera con Rudi Kammann. Isabel me hace mucha falta.
Elvira, Isabel y Luisa. frente a la Iglesia de Notredame en Paris. Foto de 1946
Foto a fines de los años treinta, en el Callejón Machado del Paraíso, frente a la casa de los Osorio. A la izquierda Rudy Kamman e Isabel. Al final Manuel, Luisa y Elvira.
ABUELOS:
El único abuelo que conocí fue a Manuel María Osorio, padre de mi papá. El nos quería mucho y se enorgullecía de nosotros (al decir nosotros me refiero a Manuel, Luisa, Isabel y yo que éramos sus únicos nietos en ese tiempo).
Mi abuelo era un hombre muy inteligente, maestro graduado, poeta buen escritor que colaboró en muchos periódicos y revistas de su época: además publicó un folleto sobre los apellidos en Venezuela. Compuso una plegaria a la Virgen, que 100 años después cantó Carmen Molina en la Primera Comunión de Titito.
\En su juventud parece que era muy atractivo, elegante y muy fino y por tal motivo lo llamaban “El Duque”. Tocaba guitarra (una guitarra llamada vihuela) y cantaba con una voz muy dulce unas canciones estilo antiguo de las cuales la que más recuerdo decía: Si un canto me exiges hermosa/ tal vez de mi lira el rumor/ sabrás que en el mundo no hay cosa/ más bella que un canto de amor.
Era muy devoto de San José cuyo nombre puso a todos sus hijos; de noche rezaba el rosario acompañado de sus hijas, de nosotros y del servicio. Todos los miércoles repartía pan a los niños pobres y el zaguán se llenaba de muchachos. (Algunos no eran tan pobres pues iban todos los hijos de los vecinos).
Trabajaba en la casa, de pie, ante un alto escritorio. Salía todas las mañanas y siempre llevaba a uno de nosotros con él, aunque su acompañante favorito era Manuel. Recuerdo muy claramente esos viajes en tranvía que llegaban hasta frente a la Catedral y allí mismo tomábamos el tranvía de regreso utilizando la correspondencia» un papelito que daban y con el cual el regreso era gratis. Después de sus diligencias siempre íbamos a alguna Ig1ésia; una vez me llevó al Valle y vimos una casa con unos avisperos grandísimos donde vivió una mujer que habían asesinado, cosa que me impresionó.
Siempre vestía de gris, algo anticuado y llevaba su paraguas con el cual tocaba la puerta del portón, tres veces, cuando llegaba de la calle. Era un padre tirano, sus hijas tenían que usar vestidos largos o a media pierna (en la época en que se usaban faldas cortas plisadas), jamás les aceptó ningún novio, ni siquiera a tía Inés que estaba comprometida con Alberto Parra, hijo de su mejor amigo.
Las mangas cortas estaban prohibidas y las conversaciones censuradas para no hablar de temas libres o inmorales. Los hijos (ya todos graduados) tenían que llegar a una hora determinada y como no les daba la llave de la casa, los esperaba y apenas llegaban tarde les caía encima.
Sin embargo, a pesar de ser autoritario, dominante y estricto, era sentimental, espiritual y responsable; quedó viudo muy joven con ocho hijos, casi todos pequeños y fue padre y madre, pues no se volvió a casar. Sus hijos le temían y lo trataban de usted, la única que lo tuteaba era su hija mayor, Josefina, que parecía no tenerle miedo y era su compañera inseparable en los frecuentes viajes que hacia a Maracaibo. Por cierto, que me contaron que cuando ella nació se fue de la casa y no volvió hasta el día siguiente, muy disgustado, porque quería un varón.
Como dije antes, cuando éramos chiquitos y salíamos con él, mi abuelo siempre visitaba alguna Iglesia y nos pedía que rezáramos todos para que saliera bien el asunto de la casa. En ese tiempo no sabía de qué se trataba, pero años después supe a que se refería: Mi abuelo era el administrador del General Castro cuando Gómez se adueñó del poder, Castro no pudo volver a Venezuela y sus familiares fueron exilados. Unos años después una hermana de Cipriano Castro, llamada Consuelo Castro de Velazco, le escribió una carta a mi abuelito, pidiéndole, le hiciera el favor de venderle un solar que ella tenía en Caracas, mi abuelo trató de venderlo inútilmente, pues nadie quería adquirirlo, entonces ella le pidió que se lo comprara él pues estaba muy necesitada. Aunque parece que no estaba muy dispuesto, por falta de recursos, al fin resolvió comprárselo, motivado en gran parte, por la antigua amistad que existía entre ellos.
Ella le mandó una carta (vivía en Puerto Rico) de su puño y letra, donde además de agradecerle la compra le decía entre otra cosas: «Sirva esta carta como prueba de que le he vendido el terreno situado en el Sur 6 y de que he recibido el valor de dicha venta a mi entera satisfacción». Para acabar de completar, la venta ni siquiera se firmó en Notaría, ni nada por el estilo, basándose mi abuelo en la buena fe de la señora. Después ella vino a Caracas (sería subrepticiamente) y se registró legalmente la venta, documento que ella firmó ante el Registro correspondiente.
En ese terreno mi abuelo construyó una casa inolvidable, la casa de mi infancia y todo pareció estar bien. Tiempo después a un cuñado de la señora lo nombraron Gobernador de Caracas y ella pudo regresar. Un día, de un momento a otro, le puso una demanda a mi abuelo pidiéndole la devolución del terreno, ya que, para que la venta del mismo fuera legal, faltaba la autorización de su marido en el documento y por lo tanto la negociación no tenía efecto por falta de validez. Me imagino como le caería esto a don Manuel, que era tan correcto y que, ante todo, había tratado de ayudarla.
El asunto fue a los tribunales y mi papá y mi tío Martín, que eran abogados, asumieron la defensa de su padre sin ningún resultado, el poder del Gobernador Velazco Ibarra era muy grande y aunque legalmente la razón estaba de parte de la demandante, moralmente nunca debió hacer eso. A mi abuelo se le devolvió lo que había pagado por el terreno y la construcción de la casa (sin tomar en cuenta su posible valorización) y tuvo que entregar la casa y mudarse a otra que le alquiló Don Gregorio Paris, suegro del tío Felix. Desde ese día empezó a decaer, no quería comer, decía que había quedado como un ladrón y se desprendió de todo lo que había amado, finalmente mi pobre abuelo murió de tristeza.
Mi abuelo murió en Caracas el ocho de noviembre de mil novecientos treinta y tres y al día siguiente de su entierro yo cumplí trece años.
A mi buen abuelo, a quien a veces llamábamos Papatoyo y otras Mi Padre, le debo agradecimiento por esa infancia tan feliz, tan llena de pequeñas sorpresas y tan espiritual, que nos proporcionó, por el amor con que nos rodeó y por tantas cosas bellas que tuvimos con el. Solía después de comida y ya rezado el Rosario, hacer so1itarios con los tres nietos alrededor (Isabel estaba todavía muy chiquita). Solitarios o solos como dicen en Maracaibo, llenos de comentarios y expresiones que nos hacían reír. El me enseñó el solo Tapado y el de la Cruz que aún los hago muchas veces y de vez en cuando me salen.
Evocando su modo de ser, su personalidad y sus características siempre me he preguntado: ¿donde termina el genio y donde comienza la locura? Gracias, mi padre, por abrirme el camino de las letras y de la poesía donde he encontrado refugio y donde siembro esperanzas.
Villa San Sebastián, casa de Manuel María Osorio en El Milagro. Foto de 1.919 aparecen Manuel María Osorio y una hija, posiblemente Josefina.
Mi otro abuelo, el padre de mi mamá, murió muy joven, ya viudo y dejó 10 hijos. De él he sabido que llego de Italia a los 15 años y se estableció en el Estado Mérida donde vivía su papá. A los 19 años se casó con mi abuela, Mercedes Carrero, que tenía 15 años.
De José Ángel Menda, mi abuelo, (inscrito en el Registro Civil de su pueblo, Buonabitacolo, en Salerno, con los nombres y apellidos: Giuseppe Angelo Antonio Vittorio Emmanuele le Menta di Angelo Bizanti) Se cuentan muchas cosas: que tenía una gran cabeza comercial, que se hizo muy rico, que era muy feo (era muy blanco con el pelo rojo y por tal causa lo llamaban cara de careta o cabeza de fósforo), me cuentan que al morir su esposa se descontroló todo, dedicándose a fumar, a tomar café en cantidades industriales y a parrandear. Murió muy joven a consecuencia de una ulcera en el estómago que no trataron a tiempo.
Quisiera haber conocido a este elegante abuelo, que vivió bien y que dio todos sus gustos, legando a algunos de sus descendientes esa pretensión y esos modales finos que hoy llaman sifrinería. Casi toda su vida vivió en Mérida y luego en Maracaibo, donde murió en su casa, una casa inmensa en la Plaza Baralt, que posteriormente se convirtió en el Hotel Victoria, al venderla sus herederos.
Murió en abril de 1914 y sólo conoció a dos de sus nietas: Josefa María y Angelina, hijas de mis suegros Salvador Cupello y Josefa Menda de Cupello.
José Ángel Menda. Llego a Venezuela a los 15 años para reunirse con su padre, Biase Menta, que tenía varias haciendas de café en Mérida, que su hijo heredó y amplió. Efectivamente era muy feo, pero tenía una gran cabeza comercial. Se mudó a Maracaibo con el fin de poder exportar el café que se producía en sus haciendas de Mérida en mejores condiciones. A su muerte sus hijos no pudieron continuar sus negocios.
Elvira Rovero Finol, mi dulce y bella abuela paterna, murió en estado a los 41 años, tuvo una hemorragia interna y no pudieron hacer nada. Era tan linda, que al abrirse un concurso de belleza en el Perú, unos amigos de ella decidieron enviar su retrato a dicho evento (en ese tiempo, por lo visto, no había que estar presente) e inmediatamente acaparó los votos de todos los lectores del diario que patrocinaba el concurso que abarcaba todo los países suramericanos. Iba a ganar el cetro cuando mi abuelo lo supo y enseguida indignado escribió a la sede del concurso del evento, retirándola, ya que era una señora casada que no tenían por qué meterla en esa ridiculez.
En la vida, mi pobre abuelita, no hizo sino sufrir. He sabido, por trascorrales (porque sus hijos nunca hablaron de ello) que mi abuelo la trataba mal y la hacía llorar. Luego, como estaban en mala situación y con varios hijos tenía que hacer muchas labores pesadas del hogar, a pesar de que tenían dos indias guajiras que compro mi abuelo (Que horror).
Supe que mi abuelo antes de ser su novio lo era de su hermana mayor Isabel (o sea, que le quitó el novio a la hermana). Isabel era rubia, muy bonita y mi abuela de pelo oscuro. Para completar, apenas casados murió el papá de ella y la familia (mi bisabuela y sus dos hijas) quedó pobrísima y tuvieron que irse a vivir con ellos, de lo cual surgieron grandes escenas de celos entre las dos hermanas.
También contaban mis tías que una hermanita de ellas, Ana Martina murió ahogada, como ya he dicho las casas de El Milagro estaban construidas a la orilla del lago y tenían una plancha para llegar al baño, que era una casa dentro del agua, parece que se descuido y la niñita cayo al lago, mi abuela que unas horas antes había dado a luz al saber lo que había sucedido se metió en el lago a buscarla, al poco tiempo, unos hombres que estaban ayudando sacaron a la niñita.
Me imagino como sufriría mi abuelita. También se le murió otra niñita llamada Lucia que tenia los ojos azules (los Finol tenían los ojos claros). Era muy buena madre y me han dicho que mi papa era su hijo preferido. Cuando ella murió le pusieron en la urna, porque así lo exigió, las sotanas, roquetes y bandas que usó papá en el Seminario, donde ingresó muy niño por empeño de ella y del cual salió por no tener vocación.
Mamá Elvira, como le decían algunos de sus hijos, era una mujer muy abnegada, pendiente de sus hijos y muy familiar, llena de todas las virtudes y enseñanzas que formaban a la mujer ejemplar del siglo pasado en Venezuela. Yo llevo su nombre y conociendo su carácter, el amor que tenía a su familia y lo que quería a mi papá, se que me hubiera amado mucho, tanto como yo la quiero a ella.
Elvira Rovero Finol de Osorio. Definitivamente era una mujer muy bella.
Mercedes Carrero, fue mi inteligente abuela materna, de la cual se muy poco, dicen que ayudó a su marido en todos los negocios porque estaba muy capacitada para ello. Todos los que la conocieron hablaban de lo caritativa que era y como ayudaba a los demás. Daba limosnas, regalaba anteojos para ver de cerca a los pobres, tejía y cosía para los niños necesitados, ayudaba a los trabajadores de su esposo y a sus familias. Fue muy buena católica, cosa muy comprensible, ya que era sobrina del párroco de Mérida.
En el margen de uno de sus libros de oraciones escribió: «El que siembra recoge y el que da recibe (lo se por experiencia propia). Es cierto que Dios devuelve el ciento por uno de lo que se da». Esta abuelita mía murió en estado debido a que tenía vómitos incoercibles. Su muerte conmovió intensamente a Maracaibo y Mérida donde fue muy sentida y las Misas por su alma se dijeron en todas las iglesias de dichas ciudades.
Mercedes Carrero. Según la partida de matrimonio del 13 de Enero de 1886 era natural de Guaraque. Mérida. En dicha partida de matrimonio se dice que José Ángel Menda tenia 21 años, pero según su partida de nacimiento tenia solo 19. Quizá se caso por amor, sin permiso de su padre, Biase. Mercedes era una mujer muy inteligente, que ayudó mucho a su marido en sus negocios. La decadencia de la familia Menda se inició con su muerte.
No hay muchos detalles sobre la vida de mis abuelos maternos porque al morir mi abuela, a las hijas pequeñas, entre las que estaba mi mamá que tenía 8 años, las pusieron internas: en el Colegio de Curazao (Welgelegen) en donde estaban cuando murió su papá.
Sin embargo, mi mamá cuenta que el hogar de sus padres era un hogar muy feliz, lleno de buenos ejemplos y de ambiente muy moral. Los hijos organizaban batallas campales, entre las cuales destacaba, con luces propias: «El triunfo de la Petaca», de gran resonancia familiar.
Además, cuenta mi mamá, que representaban comedias para las cuales utilizaban todo lo que encontraban, con gran disgusto de la familia, como la vez que usaron el hábito de franciscana de la Mamá Chon, su abuela, que estaba reservado para que la amortajaran con él. Otra vez se le cayo una maleta al mismo peregrino (mi tía María) y se rompieron todos los frascos que había en ella (era el maletín de viaje de su papá).
Mi abuela poseía muchas joyas de las que habían sacado el duplicado con piedras de imitación, las cuales todas desaparecieron. Mi mamá tenía un pendantif de oro de su madre (un aro de oro enrejado lleno de brillanticos).
Estos escasos recuerdos me ponen nostálgica y quisiera haber vivido o haber tenido más relatos sobre mi abuela y su casa llena de felicidad, de riquezas, de comodidades y de todo lo bello. Pero abuela, la huella de bondad y ternura que dejaste en los pocos años que viviste es la herencia más hermosa que tenemos.
BISABUELOS
Mi bisabuelo Antonio Rovero, del que sólo se que nació en Colombia y era hijo de italianos (el apellido parece que era Róvere). En un viaje que hizo desde Santa Marta, donde vivía, hasta Maracaibo, conoció a mi bisabuela Isabel Finol Sordo; se casó con ella y se quedó en Maracaibo. A él le debemos las albóndigas de espinaca receta de su madre italiana. Se suicidó al no tener dinero para pagar una deuda de otra persona de la que era fiador.
Bisabuelo: Me imagino lo que sufrirías y la desesperación que te llenó para tomar la determinación de matarte. Esa herencia de honradez se la has legado a tus descendientes. Quisiera haberte conocido o saber más de ti y de tu vida que estoy segura que era ejemplar, pero, desgraciadamente, has quedado en el olvido.
Mi bisabuelo paterno Espíritu Santo Arce de Osorio fue un español carlista que se vino a Venezuela al triunfar los Borbones, renunció a sus títulos, suprimió parte de su apellido y no quiso saber más nada de España, ya que cuando los barcos le traían cartas las rompía sin abrirlas. Era terrible, dominante y tirano y a mi bisabuela, Doña Pancha, le amargó tanto la vida que ésta no se santiguaba por no nombrarlo.
Mi bisabuelo se trajo toda su fortuna y al llegar a este país se estableció en Borburata donde adquirió una hacienda llamada San Gian, tierras y esclavos (que llevaron su apellido) por lo que vivía muy bien. Tuvo dos hijas y un hijo póstumo, mi abuelo. Murió muy joven de 32 o 34 años al caer de un caballo, dejando a mi inexperta bisabuela al frente de sus tierras y sus bienes.
Isabel, mi hermana, en uno de sus viajes por España conoció a Cristina, Duquesa de Alburquerque (q.e.p.d) y al encontrarla muy parecida a mí, se lo comunicó, después de hablar un rato ella le dijo que era biznieta de don Ramón, hermano de Espíritu Santo, nuestro bisabuelo; con razón te pareces tanto a mi hermana Elvira, le dijo Isabel.
Abuelo de España que viniste a esta tierra y me diste la oportunidad de ser venezolana, tu recuerdo está en mí y muchas veces comprendo tu manera de ser. Abuelo a ti también te debo mi sangre ORH negativo que tú como vasco me legaste junto con la tendencia a decepcionarte de lo que no valía.
Mi bisabuela paterna Francisca de Paula Chipía era sumamente alegre. Me cuentan que le encantaba la música, vivía cantando y tocando guitarra. Le gustaban mucho las fiestas y le contaba a sus nietas que muchas veces se había quedado vestida para ir a un baile o a una reunión, después de haber pasado todo el día con los crespos hechos con veradas o los moñitos cogidos con papel, habiendo pasado horas enteras vistiéndose a la luz de las velas ayudada por las esclavas y ya lista y dispuesta a salir, con el coche enganchado, su esposo decía: ¡No vamos! Y no se iba. Lo que la llenaba de impotente desesperación.
Cuando murió su marido, Espíritu Santo, le dejó una cuantiosa fortuna y muchas propiedades; pero su administrador un señor de apellido Yllas, le hacía firmar papeles y más papeles: un día de la noche a la mañana se quedó sin nada teniendo que ir a vivir en una casita humilde que fue lo único que le quedó. Empezó a trabajar para ganarse la vida y mi abuelo un niño de 8 años tenía que ir de madrugada al mercado de Puerto Cabello a vender los tabacos que ella elaboraba.
Unos años después llegó a la puertas de la casita un pobre pidiendo limosna, ella le dio un plato de comida, de repente el pobre se arrodilló a sus pies llorando y diciéndo1e: Perdóname Panchita por haberte dejado sin nada. Ella le contestó: Por Dios, compadre, no se preocupe, siga comiendo.
Mamá Pancha, como la llamaban sus nietos, quedó ciega en sus últimos años, pero siguió siempre alegre. Muchas veces en el Cementerio General del Sur vi la lápida con su nombre y cuando supe su historia me llené de admiración. Mamá Pancha vivió llena de amor, sus hijos y nietos la adoraron y este amor llego hasta mí.
Siempre tuve la idea de que esta bisabuela era de pocas luces y de origen humilde, pero mis tías aseguraban que su familia era de Mérida y que ella era descendiente del Edecán Chipia a las órdenes del Libertador, o sea, que era Edecán de Bolívar.
Doña Isabel Finol de Rovero
Fue abuela y madre de sus ocho nietos, ya que al morir su hija la mayor de sus nietas tenía 17 años y la menor un año. Vivió muchos años, más de ochenta y me conoció cuando me trajeron a Caracas de 2 o 3 meses y como ya no estaba muy lúcida me cargaba y me confundía con el Niño Jesús de la familia (Niño Jesús de tamaño natural que hoy tiene en su poder mi hijo Francisco).
A Guillermo su nieto preferido lo mato un soldado en Maracaibo, pero ella nunca lo supo, le dijeron que él estaba en los EEUU y le leían cartas viejas que él le escribiera de Filadelfia donde había estudiado, de haber sabido lo sucedido no habría resistido la verdad.
Su esposo se suicidó a causa de ser fiador de alguien que no pago su deuda y en la desesperación en que estaba resolvió matarse quedando mi bisabuela en la mayor pobreza. Se fue con sus dos hijas a vivir con su hija casada (mi abuela) y empezó a coser para la calle, su tijera que la conserve por muchos años se la regalé a mi sobrino Diego Risquez a quien le gustan las cosas antiguas.
Ya al final de sus días, mi pobre bisabuela, quedó muy trastornada: una mañana, como de costumbre, fue a misa a la Iglesia de Santa Teresa y estando rezando ante le Nazareno de San Pablo, un hombre se arrodilló a su lado y se dio un tiro, cayendo al suelo bañado en sangre. La familia viendo que pasaban las horas y no llegaba a la casa se preocuparon muchísimo, la buscaron infructuosamente por todas partes, inclusive de casa en casa por todo el vecindario. Se dio parte a la policía y finalmente en la tarde de ese largo día las autoridades la encontraron en Petare, adonde se había ido a pie, completamente perturbada y cansadísima. Mentalmente no volvió a ser la misma, estaba normal aparentemente, pero «ida».
Fue la adoración de sus nietos que nunca se resignaron con su muerte. Años después nació el mismo día que ella, mi hermana Isabel que a más de ser su tocaya y nacer también el 19 de noviembre, era su vivo retrato.
Mamaya: las personas como tú que se enfrentan a la adversidad, que viven para los suyos y que aman tanto como son amadas, no mueren, están para siempre en el recuerdo de todos a través de las generaciones.
Doña Isabel Finol de Rovero (Mamaya) fue mi bisabuela. En el retrato que tengo se ve una viejita bella con una andaluza negra.
Mi bisabuelo Blas Menta, cuyo apellido cambió por Menda, se estableció en Mérida a dónde vino solo dejando a su esposa y a su hijo en Bounabitacolo (Salerno), en Italia. Llegó a poseer muchas tierras en Mérida y hasta fundó un pueblo allí.
A pesar de las reiteradas llamadas a su esposa ella no quiso venir a este país de indios. Mi bisabuelo entonces se enamoró de una merideña muy buena a quien se llevó a vivir con él y de la que tuvo 4 hijos (varones) hermanos de mi abuelo quien al venir de Italia a los 15 años llegó al nuevo hogar de su padre y sus hermanos crecieron con él.
Mi bisabuelo Menda murió en Los Andes que tanto quiso y dejó a sus hijos riquezas y tierras. Está enterrado en la Catedral de Mérida. Una vez estando chiquitos, Manuel Luisa y yo descubrimos un retrato de el, vestido de bersagliere, tan mal pintado y tan feo que lo pusimos juju (equivalente al coco).
Este bisabuelo merece todos los respetos por trabajador, buen padre y por el ejemplo que dio a su familia. De él tampoco se mucho pero lo quiero.
De Felicia Bizanti, mi bisabuela italiana que no quiso venir a Venezuela, no se sabe nada, salvo que una vez le pidió a su hijo José Ángel, mi abuelo, que le enviara una fotografía de sus nietos y éste como no tenía ninguna le mandó una de los Parilli, amigos suyos. La pobre abuela la tenía colocada con mucho amor sobre la chimenea de su casa en Italia.
TATARABUELOS:
Del único tatarabuelo que tengo una pequeña referencia y al que siempre he amado es de Don Tomás de Sordo Tarancón y Sanabria, marino mexicano, poseedor de una goleta de velas. Llegó en uno de sus viajes a Maracaibo y como en los cuentos de hadas se enamoró de mi tatarabuela (que no se como se llamaba) y se casó con ella. Siempre estaba viajando y llegaba a Maracaibo cada seis meses, trayéndole gran cantidad de regalos a su esposa, según relataba su nieta Isabel Finol Sordo, abuela de mi papá. Mis tías tenían collares y zarcillos bellísimos, de corales, regalados por él a su mujer.
Existían varios daguerrotipos de diferentes antepasados (yo los vi pero no les atribuí ningún valor sentimental pues aun era niña. Entre estos existía uno de este tatarabuelo rubio y de ojos azules (no parecía mexicano debía ser de origen español). Estos daguerrotipos se los regaló tía Inés al Gral. Ramón Rovero, también descendiente de él. Ha debido dármelos a mí.
Un día no regreso de sus viajes, ni se supo mas nada de él, aunque se hicieren toda clase de averiguaciones, tanto aquí como en México; seguramente su barco se hundió, quizás volviendo lleno de alegría a su amada. Mi hermano Manuel lo llamaba el Pirata y decía que seguramente fue ahorcado en el palo mayor de su goleta por una tripulación descontenta del reparto de un botín.
Abuelo lejano: tu amor al mar ha llegado hasta mí, tu búsqueda de horizontes infinitos es mi búsqueda y el azul y el verde de tus aguas son mis colores para encontrarte, siguiendo el surco y la ruta de tu goleta.
UNA TATARABUELA:
Mis tías se referían también a doña Catalina Sanz, natural de Colombia como su bisabuela y decían que don Arturo Sanz Profesor de piano, de Maracaibo, llamaba pariente a mi abuelo.
Encarnación, Mamá Chon, fue otra de mis bisabuelas. Era merideña y vivió siempre con mi abuela Mercedes de Menda, su hija. De ella no se mucho, aunque mi mamá estuvo a su lado en sus primeros años.
Hay varios cuentos de ella: Era morocha de Emerenciana y se lamentaba día y noche de la ausencia de su hermana querida, su yerno, mi abuelo, le dio la sorpresa de ir a buscar a Emerenciana a la población donde vivía y traerla a lomo de mula. Apenas se vieron cayeron una en brazos de la otra entre exclamaciones de alegría, hablando las dos a la vez. Más tarde se oyeron unas voces alteradas y las encontraron discutiendo y diciéndose de todo, demás está decir que la hermana se quiso ir de inmediato. Al día siguiente Mamá Chon se estaba lamentando de la ausencia de Emerenciana y suspirando por verla.
Mamá recuerda que cuando había enfermos en la casa su abuela se tomaba todos los remedios que sobraban y se justificaba, diciendo: «antes de que se pierdan que me hagan daño». El día de su muerte la vistieron con su hábito de la Orden Tercera de San Francisco (el mismo de la representación teatral) que guardaba celosamente para tal fin.
Bisabuelita andina, casi desconocida para mí, espero poder ampliar este recuerdo que te dedico con tanto amor para que te conozca tu descendencia.